Un caballero muy respetable con un bastón con contera de plata


Por Marta Luz Manríquez Morales

Muchas veces la sociedad es como el avestruz... esconde la cabeza para no ver lo obvio. La pedofilia, por ejemplo, es algo que deja a la gente perpleja y no saben como reaccionar. Y muchas veces, el ofensor, amparándose en un buen nombre o en la manía de "Correr un tupido velo" sobre aquellas verdades desagradables, como decía José Donoso, escapa indemne tras cometer el más deleznable crimen.

Este es un hecho real, sucedió en mi pueblo natal hace muchísimos años. No daré el nombre del caballero porque han pasado más de ochenta años y porque tal vez tenga descendientes que no merecen se enlode su apellido.

El caballero de este relato era un hombre que pasaba los 40 años. Era vicerrector del liceo de hombres. Un hombre muy decente y respetado por toda la comunidad. Era extremadamente elegante, se vestía bien, fumaba tabaco rubio y un bastón con contera de plata, que no usaba por necesidad, sino porque en esos tiempos, los caballeros se peinaban con gomina y usaban bastón.

Era soltero. Su familia no era de la zona y él vivía solo en un pequeño apartamento que arrendaba y que quedaba justo frente al dormitorio de mi abuela, la señora María de Manríquez.

Tenía este caballero una ama de llaves, cocinera y encargada del aseo de sus habitaciones. Pero cuando llegaba por las tardes, se iba a su casa y el caballero quedaba solo. Además el caballero tomó por costumbre invitar a alumnos ya mayorcitos, pero aún adolescentes, a su departamento.

Una tarde, ya casi de noche, tras el angelus que las campanas de la parroquia indicaban con su tañido, mi abuela oyó desde su dormitorio unos súbitos golpes y unos gritos desgarradores.

Salió a la calle envuelta en chales y, casi a un tiempo, la puerta del departamento del caballero se abrió con estrépido y salieron dos niños de no más de 15 años, alumnos del liceo e internos. Uno de ellos iba con el rostro enrojecido, temblando de miedo y rabia. El otro procuraba calmarlo, pero iba también muy molesto y asustado.

¿Qué sucedió? - preguntaron los vecinos.

Uno de los niños, visiblemente asustado, respondió - le pegamos con el bastón al viejo,  porque quiso "tocar" a mi amigo.

Al divisar a unprofesor del liceo , ambos niños huyeron rapidamente.

El ama de llaves, en pantuflas, entró a ver a su patrón al que encontró tirado en el piso, quejándose lastimeramente. Los niños habían tenido una pelea con él, lo habían derribado y golpeado repetidamente con su propio bastón.

Pero ¿por qué habían hecho algo semejante? ¡Agarrar a bastonazos al pobre docente!

La empleada del caballero le confió a mi abuela que su patrón era muy bueno, pero..."le gustan los niños, señora María, sobre todo los varoncitos."

El escándalo fue rápidamente acallado. Los culpables, separados del internado y el caballero emigró a una ciudad vecina donde llegó a ser rector de un importante liceo. Era en esa ciudad muy respetado y tenido por una persona de bien y muy decente.

-¿Decente? - decía mi abuela a sus hijas - ese hombre es un puerco.

Y la palabra "puerco", en sus labios de matrona de corazón de oro y temerosa de Dios, adquiría la connotación de culpable de un alevoso crimen.

Poco ha cambiado la sociedad en 80 años, al menos en este aspecto.

Comentarios

  1. Bien narrada historia sobre un caso sacado con pinzas desde la historia de la infamia.

    Al menos esos chicos supieron defender su dignidad a bastonazos. No siempre es así, y más bien solía ocurrir que los tipos abusadores quedaran impunes. Recién a partir de los noventa se empezó a legislar contra el abuso de menores, y se ha intentado hacer consciente a la sociedad en su conjunto de que es algo que nunca se debe aceptar. Aún queda un largo camino por recorrer.

    Un abrazo.

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