Poesía indisciplinada


Por Jorge Muzam (escritor chileno)

La creación literaria es por esencia un acto de libertad suprema. Sin embargo, sus enemigos están en muchos lados.
Pocas cosas me exasperan tanto como los poetas o críticos literarios que se llenan la boca con la métrica poética, o con teorizaciones literarias que buscan exactitud milimétrica en cada poema, como si anduviesen dando el visto bueno con una huincha de medir. Fue una de las razones por las cuales vomité mi carrera de literatura y me dediqué a estudiar algo más útil para el conocimiento, porque gran parte de los académicos y estudiantes de esas carreras son unos vagos del culo.
Una oración endecasílaba puede ser un buen ejercicio, un juego de ociosos, pero no una poesía. La poesía brota del caos infernal de los temperamentos inquietos o de las miradas serenas que necesitan deletrear el caos del universo, pero no desde la academia. Lo cual no quiere decir que en la academia o en los cultores que se guían por las reglas académicas no se produzca poesía. Por el contrario, es allí donde se produce la mayor parte de la poesía insípida, encorsetada, acicalada y bien perfumadita para que otros encorsetados la adulen. Los batallones de poetas clones que escriben exactamente igual, sobre los mismos temas y aguardando los mismos fines,  se forman precisamente allí. 
Es como si se autoimpusieran una legislación draconiana o se convirtieran en soldados estalinistas que marchan pomposamente en un desfile. O como si un exquisito chef, investido de usos y medallas, se espantara al contemplar a una bruta cocinera poner cerezas en un plato de albóndigas. Es horrorizarse ante lo imprevisto, ante lo que no ha sido estipulado por la academia, ante lo que nunca fue consensuado.
El ritmo y la música de un poema no se logran con reglas ni con frases intercaladas en francés. Los verdaderos talentos escriben musicalmente. La música se compone arbitrariamente en su cerebro sin explicación aparente y ellos sólo tienen que traspasar su música al Word o a las libretas de apuntes manchadas con café o cerveza.
No se debe buscar la erudición, sea auténtica o ramplona, para impresionar a otros. La inquietud del conocimiento está más bien conectada con la generosidad humana y no con el egoísmo o la vanidad. Se puede ser erudito y escribir generosamente en cualquier idioma, pero jamás con el ánimo soterrado de impresionar a otros.
Y por favor, no sobrevaloren a los representantes de las grandes casas editoriales ni a los jefes de las oficinas de cultura del gobierno, ni a los poetas que se palmotean y traicionan en las sociedades de escritores, ni a los impostantes poetuchos que se visten de arquetipos para abrir de piernas a las damiselas desprevenidas, porque ellos son, por regla general, unos mediocres. 
Los que escalan en cargos del gobierno o hacen de articuladores culturales o jurados de concursos o asesores de alcaldes y se ven tan ocupados y tan seriototes respondiendo tres celulares al mismo tiempo, (ellos no saben de poesía ni de narrativa y nunca han creado algo que valga la pena) pues ellos son los mediocres infiltrados. Tengan cuidado.
Suelen ser muy envidiosos e inseguros y hasta peligrosos. Su tarea es aislar e invisibilizar a los buenos creadores (cuando son capaces de olfatearlos) y empujar al estrellato a los mediocres como ellos y a ellos mismos. Es parte de la explicación del por qué algunos llegan a ser superventas sin haber tenido el más remoto mérito creativo.
Los poetas auténticos pueden estar en cualquier lado. Algunos como Pavese o Pessoa tuvieron que desempeñar oscuros trabajos de burócratas para poder sobrevivir. Otros, como Wallace Stevens, desempeñaron altos cargos en ámbitos no ligados directamente con la poesía (aunque a decir verdad, la poesía, juguetona e indisciplinada, entra y sale libremente por todas las ventanas que encuentre abiertas)
  
Imagen: Jean Bailly

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